La fidelidad, regalo de Navidad

Por Leonor María Asilis Elmudesi

A pocas horas para celebrar la Navidad, reflexionaba sobre qué regalo podría hacerle al niño Jesús. En ese momento, una vocecita interior me susurró que le ofreciera mi amor y el amor hacia su iglesia.

Continué meditando y visualicé la iglesia como una barca, similar a la de Pedro, que actualmente navega en aguas turbulentas. Es visible la increpación de las olas que ha generado la permisividad que se les ha dado para la bendición de uniones de parejas en situaciones irregulares, e incluso los homosexuales. Es bueno resaltar que aunque dicha disposición no reconoce las mismas como matrimonios, podría interpretarse que con su beneplácito lo aplaude y justifica.

Es un tema complejo, ya que, si no se comprende correctamente, fácilmente se podría interpretar que aquellos que no apoyamos esta apertura somos homofóbicos, duros, inmisericordes y retrógradas. Desde mi perspectiva, y sé que muchos concuerdan aunque no lo expresen, Jesús, siendo fiel a la disposición de su Padre, acató y promovió el deseo de que la especie humana se reproduzca a través de la unión entre un hombre y una mujer.

La Iglesia, a través de sus pastores, tiene la suprema misión de ser el canal de salvación de sus hijos y está llamada a ser madre y maestra. Madre, en el sentido de engendrar hijos en la fe, y maestra, en guiarlos hacia la sana doctrina del mensaje de Jesús, para que vivan en santidad y en su gracia.

Es cierto que todos, deberíamos ser receptores de la bendición que nos llega a través de nuestros sacerdotes si somos obedientes a Dios (Deuteronomios 28). Sin embargo, lo que no debería ser bendecido es el pecado de la unión de dos personas del mismo sexo, ya que, al hacerlo, se desvía de la corrección y, sobre todo, de la salvación.

Amar al pecador sí, pero no al pecado. 

La misericordia de Jesús nos perdona, pero también nos invita y nos debe mover a cambiar de vida, a dejar atrás el pecado.

Los pastores deben acoger y ayudar a aquellos que buscan reencauzar su camino, con amor, oración, catequesis, paciencia y sabiduría.

Recordemos el pasaje:

Juan 8,10-11. 

“Mujer donde están los que te condenan? Se han ido.

Pues yo tampoco te condeno, vete en paz y no peques más.”

Oremos con intensidad para que seamos fieles al depósito de la fe y ganar almas para Cristo. Amar no siempre implica alabar, amar también es corregir y enmendar. Amar a Jesús es serle fiel y hacer su voluntad. 

Es Navidad: Regalémosle a Jesús nuestra fidelidad.

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