¿El ayuno sigue teniendo sentido hoy?

Por P. Rovinson Mejía

Una de las palabras inseparables de la cuaresma es el ayuno. Ayunar es abstenerse total o parcialmente de tomar alimento o bebida. El ayuno se practica el miércoles de ceniza y el viernes santo, y la abstinencia ambos días y todos los viernes de cuaresma.

El ayuno y la abstinencia es una obligación de la Iglesia Católica para todas aquellas personas que quieran voluntariamente seguir a Cristo.

En el Nuevo Testamento, Jesús indica la razón profunda del verdadero ayuno que tiene como finalidad comer el “alimento verdadero”, que es hacer la voluntad del Padre (cfr. Jn 4,34).

Todos los fieles, cada uno a su modo, están obligados por la ley divina a hacer penitencia; sin embargo, para que todos se unan en alguna práctica común de penitencia, se han fijado unos días penitenciales, en los que se dediquen los fieles, de manera especial, a la oración, realicen obras de piedad y de caridad y se nieguen a sí mismos, cumpliendo con mayor fidelidad sus propias obligaciones y, sobre todo, observando el ayuno y la abstinencia, a tenor de los cánones que siguen (CIC, c. 1249).

En la Iglesia universal son días y tiempos penitenciales todos los viernes del año y el tiempo de Cuaresma (c. 1250). Todos los viernes, a no ser que coincidan con una solemnidad, debe guardarse la abstinencia de carne o de otro alimento que haya determinado la Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo (c. 1251).

La ley de abstinencia obliga a los que han cumplido los catorce años; la ley del ayuno, a todos los mayores de edad, hasta que hayan cumplido cincuenta y nueve años. Cuiden, sin embargo, los pastores de almas y los padres de que también se formen en un auténtico espíritu de penitencia quienes, por no haber alcanzado la edad, no están obligados al ayuno o a la abstinencia (c. 1252).

La práctica del ayuno está muy presente en la primera comunidad cristiana. Los Padres de la Iglesia hablan de la fuerza del ayuno. Además, es una práctica recurrente y recomendada por los santos de todas las épocas. Pero, ¿por qué sigue teniendo sentido hoy?

Esta renuncia tiene un sentido y hay que entenderlo para vivirlo correctamente. Lo importante no es el hecho de no comer o no comer carne, aunque también es importante, sino entender que este acto se realiza como penitencia, y para acercarse a Dios y a los hermanos, es un camino hacia la Pascua. Es la preparación para vivir la pasión, muerte y resurrección de Jesús.

El ayuno “vivido como experiencia de privación, para quienes lo viven con sencillez de corazón lleva a descubrir de nuevo el don de Dios y a comprender nuestra realidad de criaturas que, a su imagen y semejanza, encuentran en Él su cumplimiento. Haciendo la experiencia de una pobreza aceptada, quien ayuna se hace pobre con los pobres y “acumula” la riqueza del amor recibido y compartido. Así entendido y puesto en práctica, el ayuno contribuye a amar a Dios y al prójimo en cuanto, como nos enseña santo Tomás de Aquino, el amor es un movimiento que centra la atención en el otro considerándolo como uno consigo mismo (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 93).

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