P. Luis Alberto De León Alcántara Email: albertodeleon_011@hotmail.com
La Cuaresma es un largo camino para transformar nuestra vida. El ayuno, la penitencia, y las obras de caridad, todo, van encaminándonos a hacernos mejores personas, mejores seres humanos. Cada sacrificio ofrecido, se convierte en una fortaleza más cuando se vive este tiempo a plenitud. Vamos descubriendo poco a poco con la vivencia de la Cuaresma, que estamos dotados de mucha fuerza interior; que con el ejercicio de acercarnos más al Maestro y escuchar su voz podemos ir superando todas nuestras debilidades humanas.
La Cuaresma es el tiempo donde unimos nuestra vida con la de Dios, y decidimos expresarle con toda responsabilidad: “quiero ser otro, sin dejar ser el mismo”. Porque reflexionamos y nos damos cuenta que no podemos pasarnos la vida cometiendo las mismas equivocaciones; que el descuido, la falta de voluntad, y la confianza en nosotros mismos, fueron parte de las razones que no nos dejaron avanzar en nuestro sendero, además, no podemos seguir llevando las mismas situaciones que nos impiden alcanzar la felicidad para la cual fuimos creados. San Francisco de Sales al respecto, solía decir que, si cada año cambiamos un defecto, en poco tiempo seríamos santos.
La vida no es una Cuaresma, pero para lograr una vida plena siempre será necesario pasar por la Cuaresma. De aquí cada paso dado en el caminar de la existencia: cuesta, duele, nos hace llorar, y querer dejarlo todo a un lado. Porque somos débiles, la fragilidad nos vive acompañando como una alarma de reloj. Nos recuerda que no está permitido gloriarnos de nuestras virtudes por encima de los demás, ya que la misma conciencia trae a la memoria aquellas realidades que no seriamos capaces de mostrarles a otros aunque nos den todo el dinero del mundo.
Sin embargo, nuestras miserias no están para hacernos más frágiles, todo lo contrario, están para luchar y vencernos a nuestros mismos. Ser capaz de mirarnos en el espejo y decirnos antes de empezar nuestra jornada: “en este día nadie va impedir que logré ser feliz y siga ahorrando amor personal para ofrecerlo al que lo necesite”. Por consiguiente, equivocarse no es el problema; la cuestión está en querer vivir siempre equivocando, pudiendo darle un giro a nuestra inteligencia y a nuestra voluntad. Los errores pueden ocurrir por múltiples razones, malo es cuando estos errores pretenden vivir en nuestra mente para siempre. Dios no se muda, decía santa Teresa de Jesús. Por eso, actúa, saca balance de tu vida, y vuelve a iniciar. No hay distancia que no se pueda alcanzar, solo decide e inicia. Confía en Dios, él está dispuesto ayudar sin cobrar intereses, únicamente pide que reconozca que debes cambiar de rumbo. Ya lo dijo el Papa Francisco, en el mensaje de la Cuaresma para este año en curso, “Si pedimos humildemente la gracia de Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades, confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios”, y de seguro el milagro del cambio de vida sucederá.
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