Por Leonor María Asilis Elmudesi

Iniciamos el tiempo del Adviento, el que nos prepara para vivir el más bello y enternecedor del año. No es simplemente “esperar la Navidad”; es contemplar, con asombro y admiración, el misterio que dividió la historia en dos: El Verbo que se hizo carne y habitó entre nosotros….Dios, el Eterno, el Todopoderoso, el Todo, se hace Hombre.
El infinito se hace finito para que lo finito pueda hacerse infinito.
El Creador se hace criatura para que la criatura pueda volver al Corazón del Creador.
Emmanuel: Dios-con-nosotros, Dios-en-nosotros, Dios-que-se-nos-da en la fragilidad estremecedora de un recién nacido y que nace en un pueblo pequeño en Israel, Belén en un humilde pesebre…
Adviento es espera activa, del nacimiento del Redentor y Mesias… Tiempo de gracias y Esperanza por la llegada de Jesús y hoy luego de más de dos mil años debemos celebrar este acontecimiento con alegría, amor y gratitud. No permitamos que la Navidad se diluya en vanas fiestas, regalos y comidas , como suele suceder. Santifiquemos nuestros encuentros con oración, acudir en familia a la Santa Misa, por la Fiesta del Nacimiento de Jesús!
El profeta Isaías lo grita hace siglos y sigue teniendo urgencia hoy:
«¡En el desierto, preparadle un camino al Señor!
Allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios.
Que los valles se levanten, que montes y colinas se bajen,
que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale.
Y se revelará la gloria del Señor, y todos los hombres la verán juntos» (Is 40,3-5).
Y aparece Juan el Bautista, voz que clama, dedo que señala, fuego que purifica.
Nos pide lo único que realmente importa:
- Reordenar la vida.
- Enderezar los caminos torcidos del corazón.
- Confesar los pecados y recibir el perdón que nos hace nuevos.
Porque detrás de él viene Aquel que es mucho más grande,
el que no bautiza solo con agua,
sino con Espíritu Santo y fuego.
Y ese Niño que nace en Belén trae consigo el Espíritu Santo y el Amor que todo lo renueva.
Evitemos que el ruido de estas semanas ahogue la voz del Bautista.
Sería la mayor tragedia: celebrar una “navidad” llena de cosas y vacía de Dios,
sin reconocer el motivo real de estás fiestas.
San Juan Pablo II lo expresó con una frase que estremece:
«El cristianismo no es solamente una religión “del Adviento”;
el cristianismo es el Adviento mismo».
Porque todo cristiano auténtico sabe que Jesús vino y vive en permanente espera gozosa del Señor que viene:
viene en la Eucaristía, viene en Su Segunda venida y
y quiere venir —¡ahora!— a nacer en lo más hondo de tu vida y de la mía.
Por eso este Adviento es una oportunidad de oro:
- Quitar obstáculos.
- Bajar colinas de orgullo.
- Rellenar valles de indiferencia.
- Enderezar lo que está torcido en nuestras vidas.
- Allanar el camino para que el Niño Dios encuentre un corazón limpio, caliente y abierto.
Que el Espíritu Santo llene de la luz verdadera a la Navidad y
haga renacer la esperanza en cada uno de nosotros,
y que ese Niño que se nos regala en Belén
nos haga nacer de nuevo a una vida llena de amor, de alegría y de paz.
¡Ven, Señor Jesús!
¡Ven a nacer en nosotros!
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