Por P. Wilkin Castillo, San Juan de la Maguana

Estamos en el Vigesimonoveno Domingo del Tiempo Ordinario (XXIX) y estamos celebrando la jornada mundial de las misiones (DOMUND), oramos a Dios insistentemente para que nos bendiga con muchos misioneros, personas comprometidas por la causa del Evangelio. Es bueno puntualizar que hoy para ser misioneros no tenemos que salir de nuestro país, ni siquiera de nuestra Diócesis, comunidades, ya que como dice el Evangelio la mies es mucha pero los trabajadores pocos, por lo tanto, tenemos el compromiso y el deber cristiano de conquistar y formar misioneros que, con su presencia, su voz y su mensaje puedan fermentar toda la masa de un pueblo hambriento y sediento por demás de la palabra de Dios.
adentrándonos de manera consciente y llenos de esperanza en el Evangelio, encontramos una de las enseñanzas más tiernas y, al mismo tiempo, más desafiantes de Jesús, me refiero a la necesidad de orar constantemente, sin perder la esperanza y el enfoque. El Evangelio nos pone frente a una viuda que es la más vulnerable y olvidada de su tiempo y Jesús aprovecha la ocasión para mostrarnos a todos la fuerza de la fe perseverante, la que no se rinde ante el silencio, la demora y la aparente ausencia de Dios.
La viuda no tiene poder, no goza de influencia, no tiene cuña, no tiene padrino, pero tiene algo a la cual el juez no puede resistir ni hacerle frente: una fe inquebrantable, una confianza que no se apaga, que es constante, que se convierte en fuente inagotable de confianza y firmeza. Ella no se resigna, porque sabe que la justicia vendrá, y su insistencia no nace del orgullo, sino del amor y la esperanza. En cambio, el juez representa la dureza del corazón humano: indiferente, cerrado, sin compasión, prepotente, engreído, pero con todo esto el juez termina cediendo ante la insistencia y postura firme de la mujer.
Jesús, con esta parábola no nos quiere decir que Dios se parece al juez injusto, sino, todo lo contrario: Dios es el juez justo y si el juez injusto escucha por insistencia, ¡cuánto más escuchará nuestro Padre, que es justo y lleno de amor! Pero también aprovecha y nos lanza una pregunta que atraviesa el alma y nos cuestiona:
“Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?”

Esa pregunta tiene que resonar fuerte en el corazón de cada creyente, es bueno que nos preguntemos ¿soy capaz de perseverar en la oración cuando no veo resultados inmediatos? ¿Seguimos confiando cuando la vida parece injusta, cuando el silencio de Dios se hace largo y pareciera eterno?
Recalco orar siempre no significa repetir palabras, sino mantener la mirada atenta y el corazón abierto a la presencia de Dios, incluso en las noches oscuras del alma. La oración constante es la respiración del creyente: nos mantiene vivos, firmes y esperanzados. Perseverar en la oración es creer que Dios actúa incluso cuando no lo vemos ni lo sentimos, saber que su tiempo es perfecto y su amor no se agota nunca.
Esta parábola nos invita, entonces, a una fe que no se quiebra ante la demora, a un amor que no se enfría con el tiempo, y a una esperanza que no se apaga por el cansancio.
Porque orar no cambia solo las circunstancias: nos cambia también a nosotros.
Que seamos como esta viuda: persistentes, humildes, confiados y convencidos de que el corazón de Dios siempre se conmueve y está abierto a la voz de sus hijos y a sus necesidades.
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