https://aire96fm.com.do/2025/10/23/wilkin/Por P. Wilkin Castillo, San Juan de la Maguana

Un saludo fraterno y bendecido en Cristo y María a todos los que tienen la oportunidad y el deseo de leer y profundizar un poco en el Evangelio por medio de mis reflexiones, es una dicha que Dios me concede y lo considero como un regalo grande del cielo. Estamos en el Domingo Trigésimo (XXX) del Tiempo Ordinario y el Evangelio es un verdadero manjar de conocimiento y de cuestionamiento en cuanto a nuestra vivencia cristiana.
Este pasaje de San Lucas nos sitúa en el corazón mismo del misterio cristiano, se convierte para nosotros en espina dorsal para entender en gran parte la vida y la actitud del Maestro en su recorrido por nuestra historia. Esta parábola está dirigida a aquellos que se consideran justos y desprecian a los demás, llega a mi memoria la parábola del Juez injusto que la Iglesia nos presentó este domingo pasado, aquel juez que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En esta parábola encontramos dos maneras en la que los hombres nos relacionamos con Dios, una basada en la autosuficiencia y otra en la humidad y en la sencillez de corazón.
El fariseo representa sin más la religiosidad que se apoya y sustenta en las propias obras, ya que este estaba lleno de ego, erguido y oraba así en su interior: “¡Oh, Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Efectivamente el fariseo cumplía con la ley, ora, ayuna, daba limosna, pero su oración es un monólogo de su ego como hemos afirmado más arriba.
El fariseo por lo visto y por su actitud arrogante habla más consigo mismo que con Dios. Este se compara con los demás, y al hacerlo, convierte la oración que debería ser encuentro con Dios en autoexaltación, su mirada no se eleva al cielo, ni a Dios, sino a su propio mérito. En el fondo, cree que puede salvarse solo.
El publicano, en cambio, se presenta como un alma desnuda ante Dios, allí radica su fuerza, no ofrece argumentos ni méritos, no presume de nada. Solo se golpea el pecho y dice: “Oh Dios, ten compasión de este pecador.” Su oración es la confesión de quien ha descubierto que la salvación no se conquista, se recibe. En su humildad y en su actuación hay una fe pura, la que reconoce que sin la gracia divina no somos nada.
A nivel teológico, esta parábola revela el principio de la justificación por la gracia: El fariseo se justifica a sí mismo y es donde se auto descalifica de manera automática, el publicano se presenta tal cual es, se sinceriza con Dios y recibe su gracia, aquí podemos decir: “El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.” Es decir, solo quien acepta su pobreza espiritual y la reconoce puede ser enriquecido por Dios. La justicia no nace de la ley ni de las obras, sino de un corazón arrepentido y confiado en la misericordia de Dios.
El fariseo se fue a casa tal como llegó e incluso mucho peor, lleno de sí mismo, vacío de Dios e inmisericorde con su hermano. El publicano, en cambio, salió justificado, porque en su humildad Dios halló espacio para derramar su amor. Jesús invierte los criterios humanos: no se salva el perfecto, sino el que reconoce su debilidad; no el que se cree puro, sino el que se deja purificar.
Esta parábola nos invita a mirar dentro de nosotros mismos, muchas veces oramos como el fariseo, comparándonos, justificándonos, tratando de “demostrarle” a Dios que merecemos su favor. Pero el verdadero camino espiritual no es la demostración, sino la rendición y el despojo. Es real que la oración auténtica no brota del orgullo, sino del reconocimiento humilde de la verdad: que somos amados más allá de nuestros pecados.
Finalmente, en un mundo que valora la apariencia, el éxito y la superioridad, Jesús nos recuerda que la humildad es el lugar donde Dios se revela. Solo el que baja al fondo de su corazón y acepta su fragilidad y pobreza puede encontrarse con la misericordia que levanta y transforma.
Otros temas del padre Wilkin
XXIX Domingo. Tiempo Ordinario. Ciclo C
XXVIII Domingo. Tiempo Ordinario. Ciclo C
XXVII Domingo. Tiempo Ordinario. Ciclo C
XXVI Domingo. Tiempo Ordinario. Ciclo C

Anote este número. 829 694 1948 y este correo-e: aire96fm@gmail.com y escríbanos para mantenerse informado de las novedades y actualizaciones de esta página ¿Le gustaría recibir nuestro boletín semanal por correo electrónico? Suscríbete entrando aquí. Queremos orar contigo, llena el siguiente formulario y estaremos orando por ti y tus necesidades. Dios es quien hace la obra, nosotros te acompañamos clamando por ti: AQUÍ.


Adviento Alberto Amor Asilis Castillo Cuaresma Domingo Domingo Vásquez Esperanza Evangelio Familia Francisco Gomera Homilía Iglesia Jesús Jubileo Leonor León Luis Luis Alberto Manuel María Misión Muerte Mundo Navidad Obispo Oración Ordinario Ozoria Pablo Papa Papa Francisco Pascua Paz Pedro Rafael Resurrección Roma Santo Vaticano Vida Wilkin Ángel