Por Leonor María Asilis Elmudesi

Sus vidas nos dejan enseñanzas profundas que aún hoy nos inspiran a confiar en Dios en medio de nuestras dificultades.
Una de las enseñanzas más importantes es la perseverancia en la oración. Santa Mónica dedicó mucho tiempo y esfuerzo, rezando con fe y paciencia, por la conversión de su hijo Agustín. Aunque enfrentó muchas dificultades en su vida familiar, ella nunca dejó de orar, convencida de que Dios escuchaba sus súplicas. Y así fue: con el tiempo, su oración fue respondida, y tanto su esposo como su hijo encontraron el camino de regreso a Dios. Así nosotros debemos aprender que, sin importar cuán difíciles sean las circunstancias, nuestra oración debe ser perseverante y confiada, y sobretodo ver cuán grande es la misericordia de Dios.
La historia de Agustín, quien en su juventud llevó una vida tan alejada de Dios, nos recuerda que mientras hay vida, hay esperanza de conversión.
La gracia de Dios puede llegar en el momento más inesperado, y Él siempre está dispuesto a perdonar y renovar a quienes se vuelven hacia Él con arrepentimiento y humildad y deseos y voluntad de conversión.
Termino estas palabras con un sabio consejo tomado de San Agustín: “El hombre debe esforzarse por evitar la ignorancia, la cual es culpable, porque ignora por su descuido, lo que, puesta la debida diligencia, debiera saber.» También dijo:
«El Señor, mi Dios, instruye al que en El cree, y consuela al que en Él espera, exhorta al que le ama, presta su ayuda al que se esfuerza y escucha al que le invoca.» Así como:
«No se te imputa como culpa la ignorancia involuntaria, sino tu negligencia en averiguar lo que no sabes”.
San Agustín, luego de su conversión alcanzó el orden episcopal. Su actividad como Obispo de Hipona fue enorme y variada. Predicó en todo tiempo y en muchos lugares, escribió incansablemente, polemizó con aquellos que van en contra de la ortodoxia de la doctrina cristiana de aquel entonces, presidió concilios y resolvió los problemas más diversos que le presentaban sus fieles. Se enfrentó a maniqueos, donatistas, arrianos, académicos, etc.
Su gran humildad se refleja en estas palabras con que él dio fin a su grandiosa obra: “Pienso haber saldado, con la ayuda de Dios, la deuda contraída. Aquéllos a quienes le parezca que me he quedado corto o que me he excedido, han de perdonarme. Y quienes crean que lo hecho es lo justo, no me lo agradezcan a mí, sino a Dios conmigo”. (XX, 30,6).
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