Por P. Wilkin Castillo, San Juan de la Maguana

Buenas a todos mis lectores, celebramos hoy el Domingo Vigesimoquinto del Tiempo Ordinario y sin dudas el Evangelio que la Iglesia nos presenta suele sorprendernos, ya que Jesús pareciera alabar a un administrador injusto, alguien que fue acusado de malgastar los bienes de su señor. Sin embargo, Jesús no nos está invitando a ser tramposos, sino a reflexionar sobre la manera en que utilizamos los bienes materiales y al mismo tiempo el ingenio con que buscamos la salvación.
Si nos fijamos el administrador, cuando se ve en crisis, actúa con creatividad y decisión. No se queda paralizado, sino que busca asegurar su futuro, aunque sea con astucia. Y aquí está el punto: Jesús nos dice con claridad que los hijos de este mundo son más sagaces y astutos para sus asuntos que los hijos de la luz. Es decir, muchas veces ponemos más inteligencia, pasión, carácter y esfuerzo en las cosas pasajeras que en lo que tiene valor eterno e imperecedero.
Es necesario que nos demos cuenta basados en este Evangelio, que Jesús nos invita a usar los bienes materiales como instrumentos para ganar amigos en el cielo, es decir, que nuestro dinero, nuestro tiempo, nuestras capacidades, no se queden en nosotros mismos, sino que sean puentes hacia el prójimo y hacia Dios. Lo material, si se queda en la tierra, se pierde; pero cuando lo compartimos con amor, se convierte en tesoro eterno.
En ese mismo orden, el Señor nos recuerda algo esencial: “El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho”. La vida cristiana no se mide en grandes gestos aislados, sino en la fidelidad cotidiana: en la honradez en el trabajo, en la responsabilidad con la familia, en el compromiso con la comunidad. Cada pequeña acción justa, cada acto de generosidad sincera, va forjando en nosotros un corazón de discípulos verdaderos.
Finalmente, Jesús concluye con una advertencia clara: “No pueden servir a Dios y al dinero”. El dinero en sí no es malo; lo malo es cuando se convierte en un ídolo, en un fin en sí mismo, cuando ocupa el centro de nuestra vida y nos esclaviza. O servimos a Dios, que es amor y libertad, o servimos a las riquezas, que esclavizan, dividen, encierran y endurecen el corazón.
Hoy el Evangelio nos llama a una decisión y a una acción, es poner nuestra astucia, nuestra inteligencia y nuestra pasión en las cosas de Dios. Usar lo que tenemos, poco o mucho, para amar y servir. Ser fieles en lo pequeño, para que el Señor nos confíe lo grande.
Pidamos al Espíritu Santo que nos haga administradores sabios, no de los bienes que se acaban, sino de los dones que permanecen: la fe, la esperanza y la caridad. Y que un día, cuando estemos ante el verdadero Dueño de todo, podamos escuchar sus palabras: “Bien, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor”.
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