Por P. Wilkin Castillo, San Juan de la Maguana
Estamos justo en el trigésimo segundo (XXXII) Domingo del Tiempo Ordinario y seguimos profundizando en torno a la palabra de Dios, recibida como un regalo de parte de su infinita bondad y acogida por nosotros con la apertura y la disponibilidad que amerita y exige dicha palabra.
En esta reflexión me quiero detenerme un poco en las actitudes de las dos viudas, la que nos presenta el libro de los Reyes y la que nos manifiesta el Evangelio de San Marcos. Se nos dice textualmente en la primera lectura que, en aquellos días, el profeta Elías se puso en camino hacia Sarepta, y, al llegar a la puerta de la ciudad, encontró allí una viuda que recogía leña.
El profeta se pone en camino, toda una dinámica y al encontrarse con la viuda que recogía leña la llamó y le dijo: “Por favor, tráeme un poco de agua en un jarro para que beba.” Mientras iba a buscarla, le gritó: “Por favor, tráeme también en la mano un trozo de pan.”
Extraño el profeta primero pide agua, me acuerda a la mujer samaritana en el pozo de Jacob, cuando Jesús le pide agua, luego el profeta le pide también pana lo que la viuda responde: “Te juro por el Señor, tu Dios, que no tengo ni pan; me queda sólo un puñado de harina en el cántaro y un poco de aceite en la alcuza.” Ya ves que estaba recogiendo un poco de leña.
“Voy a hacer un pan para mí y para mi hijo; nos lo comeremos y luego moriremos.” Por las palabras de la viuda nos damos cuenta que lo que a ella le faltaba, que era la confianza en Dios al profeta Elías le sobraba por lo que éste le responde a la viuda: “No temas.” Anda, prepáralo como has dicho, pero primero hazme a mí un panecillo y tráemelo; para ti y para tu hijo lo harás después. Porque así dice el Señor, Dios de Israel: “La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra.” Ella se fue, hizo lo que le había dicho Elías, y comieron él, ella y su hijo. Ni la orza de harina se vació, ni la alcuza de aceite se agotó, como lo había dicho el Señor por medio de Elías. Si a la mujer viuda le faltaba la confianza en Dios, fue muy obediente con el profeta Elías y Dios manifestó su bondad a su favor y a favor de su hijo.
En el Evangelio encontramos también la presencia de una mujer viuda, se nos dice que, estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a sus discípulos, les dijo: “Les aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.”
Haciendo una comparación entre estas dos viudas, podemos decir que fueron favorecidas por el hecho de no reservarse nada para ellas, fueron capaces de dar todo lo que tenían para vivir a pesar de estar pasando necesidad. Cuando somos capaces de desprendernos de lo poco que tenemos en la vida para vivir, sin esperar nada a cambio recibimos multiplicado aquello que somos capaces de ofrecer a otros, sin pensar primero en mí.
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