Que Cristo sea nuestro Rey

Especial de ADVIENTO

Por Leonor María Asilis Elmudesi

El pasado domingo, la Iglesia celebró con gran gozo la solemnidad de Cristo Rey. Un momento especial que marca el cierre de un año litúrgico, donde hemos tenido la oportunidad de meditar profundamente sobre el misterio de Su vida, Su mensaje y el anuncio del Reino de Dios.

Esta fiesta fue instituida por el Papa Pío XI el 11 de diciembre de 1925, con el noble propósito de recordar la soberanía universal de Jesucristo. Él es el Rey del universo, porque es Dios mismo. A Él le debemos todo honor y gloria; en Él vivimos, nos movemos y existimos. Todo fue creado para Él, y todo encuentra su sentido pleno en Su amor.

En la Sagrada Escritura, recordamos aquel conmovedor pasaje cuando Pilatos le preguntó a Jesús: «¿Eres tú el Rey de los judíos?» A lo que Jesús respondió: “Mi Reino no es de este mundo”. Su Reino no se asemeja a los reinos humanos; es eterno e infinito, sin límites de tiempo ni espacio. Es un Reino que jamás será destruido, porque Jesús no es un Rey de este mundo de tinieblas y pecado; Él es el Rey del Reino de Dios, un Reino lleno de luz, esperanza y amor. Un Reino al que nos invita a entrar, tomándonos de Su mano si estamos dispuestos a dejar que nos guíe.

Aunque no siempre podamos ver Su Reino en nuestra vida cotidiana, llegará el día en que todo será revelado. Debemos colaborar con Su Espíritu y con nuestra voluntad para ser partícipes de ese Reino glorioso. Cuando el momento llegue y nos llame, podemos soñar con verle coronado de gloria y esplendor, como el Rey que siempre ha sido.

Ahora, planteémonos una pregunta fundamental: 

¿Es Cristo el Rey de nuestras vidas? 

Reflexionemos sobre qué nos está pidiendo que hagamos por Su Reino. Cuando escuchamos Su voz resonando en nuestro interior, ¿somos verdaderamente fieles a ese llamado? 

Es tiempo de reconocer lo que realmente tiene valor. Todo lo que este mundo ofrece no es nada en comparación con la grandeza del Reino de Cristo. Hoy, tenemos la maravillosa oportunidad de vivir plenamente en Su Reino, si tan solo le permitimos reinar en nuestros corazones.

¡Que viva Cristo Rey! Que Su amor y Su luz transformen nuestras vidas, y que, al reconocerlo como nuestro Rey, seamos testigos valientes de Su Reino en este mundo.

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