Su Resurrección es nuestra esperanza

Por Leonor María Asilis Elmudesi

Hermanos en la Fe: recién celebramos la fiesta de las fiestas: la conmemoración del día más significativo en la historia de la humanidad, el triunfo de la voluntad de Dios sobre un mundo caído.

La Resurrección de Jesús y en El, la nuestra.

Gracias a su entrega voluntaria en una horrible muerte en la cruź, nos regala si queremos aceptarle, amarle y seguirle, la vida eterna.

Esa es nuestra esperanza. Felices nosotros de saber que si morimos en El, en El resucitaremos en una vida bella sin sufrimientos y en felicidad plena porque estaremos cara a cara con El.

La voluntad de Dios es clara: desea que todos nos salvemos.   Él vino para redimirnos del pecado,  siendo el Cordero sin mancha, dandose todo por amor a cada uno de nosotros.

Ahora es el momento de corresponder a ese inmenso amor, y lo hacemos aceptándolo con humildad y alegría.

De hecho, una vez que aceptamos con gratitud el sacrificio de nuestro Señor, el resto fluye de manera natural, pues nadie puede resistirse al amor. Fuimos creados por amor y, a través de Él, restaurados. Nadie puede separarnos del amor de Cristo. Todo es gracia, y nuestras acciones, en actitud de agradecimiento, reflejarán esa gracia si resucitamos con Él.

Veamos lo que nos dice San Pablo: 

«Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está sentado a la derecha de Dios; poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra, pues estábais muertos» (Colosenses 3, 1-3). 

San Agustín nos recuerda también que «si vivimos bien, hemos muerto y resucitado; quien, en cambio, no ha muerto ni resucitado, vive mal aún y, si vive mal, realmente no vive. Muera para no morir».

Luego, nos advierte: «Ahora se los digo. Sé que quieren ser felices. Preséntenme a un salteador, a un criminal, a un fornicador, a un malhechor, a un sacrílego, a un hombre manchado de toda clase de vicios y cubierto de torpezas y delitos, y les pregunto si alguno de ellos no quiere vivir una vida feliz. Todos anhelamos la felicidad; pero, ¿qué es lo que realmente hace feliz al ser humano? Esa es la pregunta que muchos evitan buscar. Buscas el oro, creyendo que te dará felicidad, pero el oro por sí solo no lo hace. ¿Por qué persigues la mentira? ¿Por qué deseas ser exaltado en este mundo? ¿Por qué piensas que serás feliz con el honor que te otorguen los hombres y con la pompa mundana? La realidad es que la pompa mundana no proporciona felicidad.»

A lo largo de su reflexión, así como enumera muchas distracciones del mundo, también nos recuerda que la verdadera alegría se encuentra en el Señor, en vivir el amor de Dios y el amor al prójimo, tal como nos enseñó Jesús. Alegrarse en la resurrección de Jesús es reconocer la fidelidad de Dios, quien glorificó a Su Hijo por haber cumplido Su voluntad por amor a nosotros.

Es cierto que vivimos como peregrinos en este mundo, pero llegará el momento en que alcanzaremos la meta de ser ciudadanos permanentes del cielo.

¡Alegrémonos mientras caminamos por el sendero que es Jesús, el camino, la verdad y la vida, porque resucitaremos con Él!

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