P. Luis Alberto De León Alcántara Email: albertodeleon_011@hotmail.com

El pecado nos aleja de Dios, hace que confundamos nuestros caminos y provoca que se pierdan las sendas para llegar al cielo. Y cuando estamos perdidos, aparece el nerviosismo, sentimos que somos inútiles, que la existencia deja de tener sentido; todo lo que se miraba a color, ahora se observa a blanco y negro. Es decir, nos quedamos sin luz, sin brújula, sin dirección y llenos de miedo. La esperanza y el optimismo que antes nos guiaban, son sustituidos por el pesimismo y la angustia, porque donde no está Dios, otro ocupa su lugar.
Fue precisamente cuando estábamos en la oscuridad y llenos de fríos que Dios mandó a su hijo al mundo para salvarnos del pecado y de la muerte. Por eso, Jesús murió en una cruz, entregó su vida de la manera más horrible que puede morir un ser humano en esta tierra, y no lo hizo por masoquismo, sino por amor y por su infinita misericordia. Pero si grande fue su muerte, mayor fue su resurrección. Además, recordemos que donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. Lo que significa entonces que la derrota no es la última palabra del Creador, sino la victoria y la gloria.
Cristo, cuando resucita, va en búsqueda de sus discípulos. Sale al encuentro de aquellos que están tristes y temerosos. Se adelanta a socorrerlos porque sabe que en su corazón solo hay dudas y preocupaciones. Los apóstoles no saben qué hacer ahora que su líder y Maestro, ha muerto. Pero Jesús aparece el primer día de la semana para anunciarles que está vivo. Lo hace para devolverles la fe, la esperanza y la luz que viene de su Padre. Se presenta en medio de ellos y les regala su paz, pero no como la ofrece el mundo, sino como la ofrece Dios.
Como dice el estribillo del canto que lleva por título De Dos en Dos: “Un hombre es uno solo y es dura la vida, dos juntos caminando avanzan mejor, un hombre sin amigos
está sin apoyo y para sostenerse hacen falta dos”. A eso ha venido Jesús, a caminar con nosotros, a no dejarnos solo, a permanecer a nuestro lado para ayudarnos a enfrentar nuestras batallas cotidianas, y lo hace en todo momento, y de manera especial, cuando piña se ponga agria” y nadie quiere comérsela.
Dios ha tomado la iniciativa y por medio de su Hijo ha salido por nosotros. No nos dejó abandonados en la carretera de la vida, tampoco fue capaz de vernos tirados en un contén y seguir de largo. Todo lo contrario, nos ofreció su mano, su apoyo y su presencia. Jesús ríe y sufre con nosotros, comparte nuestras alegrías y nuestras tristezas, está en las buenas y en las malas. Es un Dios que no corre cuando las situaciones se complican, que no desaparece cuando sentimos que nuestros problemas no tienen solución, ya que el resucitado ha venido para darnos vida y vida en abundancia.
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