EL RESUCITÓ: NOS AMÓ HASTA EL EXTREMO

P. Luis Alberto De León Alcántara Email: albertodeleon_011@hotmail.com

Jesús no es una leyenda. No es un cuento que se realiza todos los años para que las personas actúen con miedo y con tabúes a lo largo de su existencia. Porque los relatos de grandes personajes de las distintas generaciones pueden ser olvidados, pero todavía en este siglo XXI, Jesús sigue siendo actualizado. Es el único hombre que ha resucitado en la historia de la humanidad, cuyo mensaje no pasa de moda, ni mucho menos tiene fecha de vencimiento, como los productos de primera necesidad. Jesucristo no es una mercancía, es una persona que cambia, libera y transforma la vida de todo ser humano.

Su amor hizo la diferencia. Un compromiso fue asumido. No fue un acto de caridad para llamar a la atención, sino una donación total, sin reservarse nada, entregándolo todo hasta el extremo,  como dice santa Teresa de Jesús, “Amar hasta que duela”, pues la manera más eficiente de hacer fructificar el sentimiento de nuestro corazón, que le hemos llamado amor, es arriesgándolo todo, confiando plenamente en la providencia divina, dejando el miedo a un lado, y abriendo nuestro espíritu a su infinito amor, porque Jesús no falta, siempre cumple.

La gloriosa resurrección de Cristo no se entiende limitándose únicamente a leer los evangelios, ni observando documentales sobre los datos que se conocen de la vida de Jesús, aunque ambas cosas ayudan. Si no hay un progreso desde los conocimientos teóricos a la praxis, todo se queda a medias, el hecho Jesús entonces no pasa más que a una simple superficialidad momentánea, cuando no existe una base sólida en nuestra vida. Por tanto, su resurrección es tomar la vida con las propias manos, doblegar nuestra voluntad, fortalecer nuestras debilidades, y ser capaz de negarnos a nosotros mismos.

Cristo resucitó, apostó por el ser humano, y venció. No se desvió ante la terrible muerte de cruz. Pronunció un sí rotundo, sin regreso atrás. Asumió el compromiso de morir por la humanidad. Amó hasta el extremo. Se entregó como víctima por nuestros pecados. Fue capaz de ofrendar su propia vida por cada ser humano sobre la faz de la tierra. Jamás buscó su propio bien, porque el amor por el cual murió, no conoció el egoísmo, el odio, la envidia ni mucho menos la soberbia.

Dos mil años no han sido suficientes para borrar la memoria de Jesucristo. El mundo busca matarlo nuevamente con sus múltiples engaños: violencia, corrupción, pansexualidad, existencia sin sentido, estilo de vida light, etc., porque muchos han preferido vivir sin memoria, sin dirección y sin conciencia. Sin embargo, él vuelve a resucitar, a traer esperanza, a proponer un amor infinito ante un amor fugaz. Nos trae un amor que llena nuestros vacíos, no por un instante, sino para toda la vida. Por consiguiente, nuestro pasado fue asumido en su muerte, y nuestro futuro, lo encontraremos en su excelsa resurrección entre los muertos. Entonces, sé  valiente, mira a través de la oscuridad, y no regreses a tu pasado, mejor acoge tu futuro.

EN UN MUNDO QUE MUERE, JESUCRISTO RESUCITÓ

SEMANA SANTA Y UN MUNDO ROTO

CUARESMA: CRUZ Y ESPERANZA

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