Por P. Wilkin Castillo, San Juan de la Maguana
Estamos justo en el II Domingo de Adviento, es una gran oportunidad para cambiar de vida y volver a Dios, retornar a su presencia, habitar su casa, reconocer nuestras caídas, pecados, infidelidades y ser capaces de pedir perdón, reconciliarnos con Dios y con nuestros hermanos.
En el libro del profeta Baruc nos darnos cuenta que el escritor sagrado utiliza un lenguaje figurado y hace una invitación directa a Jerusalén para que se despoje de su vestido de luto y aflicción y se vista de las galas, que se envuelva en el manto de la justicia, ya que Dios mostrará tu esplendor a cuantos viven bajo el cielo.
Jerusalén podemos ser cada uno de nosotros, es necesario salir del letargo de ese sueño profundo que nos roba la paz y la alegría que nos trae Cristo con su nacimiento, es necesario salir de la oscuridad, del miedo, de la incertidumbre, de la inseguridad y ser capaces de exclamar ven Señor Jesús.
Es un llamado a Jerusalén a ponerse en pie y que avance, que suba a la altura y mire hacia el oriente y contempla a sus hijos, reunidos de oriente a occidente a la voz del Espíritu llenos de gozo porque Dios se ha acordado de ella. Dios la ha mirada con misericordia y bondad.
Con el salmo respondemos la alegría interna que siente Jerusalén como la elegida del Señor: “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.”
En la segunda de San Pablo a los Filipenses, Pablo les manifiesta a viva voz la alegría inmensa que él siente cada vez que tiene la oportunidad de rezar por ellos, Pablo reconoce que estos han sido colaboradores en la predicación del Evangelio. Esta actitud de la comunidad hará que llegue el día de Cristo y los encuentre limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia dando gloria y alabanza de Dios.
El Evangelio nos sitúa en el tiempo de la historia donde fue dirigida la Palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Siendo Juan un mensajero que venía en nombre de Jesús y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: “Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios.”
Solo el que es puro y santo como Juan el Bautista es capaz de gritar a todo pulmón por una conversión sincera y a conciencia, por un cambio de vida serio y profundo.
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