Por una conversión pastoral-digital de la Iglesia

por Academia de Líderes Católicos. Fuente: vidanuevadigital.com

Comunicar fue siempre un desafío inherente para la misión de la Iglesia. El propio Jesús, durante su misión, ordena a sus discípulos que comuniquen la Buena Noticia también hacia otros – “Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde los terrados” (Mateo 10,27). Esta misión fue cogida por la Iglesia a lo largo de los siglos, pues, sea por la predicación explicita de la Palabra de Dios, sea por medio de la arte y otras expresiones, la Iglesia buscó siempre resonar la enseñanza de Jesús Cristo y la doctrina recibida por la Tradición y el Magisterio Católico.

Con el advenimiento de las plataformas digitales, otros instrumentos pudieron ser utilizados para esta práctica. Los primeros sitios web, los blogs y, actualmente, las redes sociales en web, se trastocaron en sitios para la presencia cristiana. Durante la pandemia del COVID-19, estas herramientas se tornaron aún más conocidas y utilizadas – sino por todos – por la gran parte de la sociedad, incluso los cristianos.

El  aislamiento social y la consecuente imposibilidad de participar presencialmente de los ritos litúrgicos, fueron abundantes las transmisiones en vivo de misas y otras celebraciones difundidas por las redes sociales. La postura fue asumida también por el Vaticano, que empezó a vehicular, todos los días, la misa presidida por el Papa Francisco desde la Capilla de la Casa Santa Marta.

Otro hecho que marcó este período fue la ‘Statio Orbis’, ocurrida en 27 de marzo de 2020. En la oportunidad, el papa Francisco, delante de la Plaza San Pedro vacía, pidió a Dios el fin de la pandemia, momento que “ha demostrado con claridad que los medios digitales constituyen una poderosa herramienta para el ministerio de la Iglesia” (Ruffini, 2023). La ceremonia, retransmitida por todo el mundo, fue seguida por “unos 6 millones de espectadores en el canal YouTube de Vatican News, y 10 millones de espectadores en Facebook. Estas cifras no incluyen visualizaciones posteriores de la grabación del evento, ni visualizaciones a través de otros canales” (Ruffini, 2023).

Pero, así como la pandemia lanzó luces sobre la presencia cristiana en las redes, también produjo desafíos pastorales y de comunicación para la misión digital en la Iglesia. La espectacularización de los ritos y la utilización de las redes en sustitución de las relaciones sociales son algunos de ellos. Al envés de generar la necesidad de una presencia plena, transforman estos espacios en campos de individualidad y alejamiento de la comunidad física cristiana.

Esta dimensión individual y digital de las redes suele ser peligrosa, sobre todo cuando se pierde la mirada de que “la Iglesia de Dios existe en las comunidades locales y se realiza como asamblea litúrgica, sobre todo eucarística. La Iglesia vive de la Palabra y del Cuerpo de Cristo y de esta manera viene a ser ella misma Cuerpo de Cristo” (Juan Pablo II, 1994, p.752). Desde ahí nascen las misas celebradas únicamente para web con el padre como protagonista, aún que el pueblo esté participando.

En este fenómeno, se pierde el entendimiento de que “la liturgia introduce el tiempo terrenal, en el tiempo de Jesucristo y en su presencia” (Ratzinger, 2005). Por lo tanto, las acciones y la visión del sacerdote se trastocan en el punto principal de la celebración, olvidándose de la centralidad del misterio de Cristo, lo que, por su vez, acaba por exigir también de los curas una atención a las cámaras, muchas veces haciendo gestos y acciones que no están previstos en la liturgia (u ocultando los que están previstos) en nombre de una estética visual adaptada para los espectadores virtuales.

Tal situación también suele ocurrir en las tradicionales misas transmitidas por la televisión, pero se agravaron aún más con la difusión de ‘lives’ de misas, dado a falta de preparación de las equipas y de los propios sacerdotes, que, por veces, fueron introducidos en este medio digital sin una correcta catequesis y adaptación.

Por otro lado, los que acompañan estas celebraciones pueden estar contentos con ellas, no deseando estar de forma presencial en los ritos. De las transmisiones no educan para la fe de forma madura y verdadera, esta es una posibilidad que debe ser avalada. Se no hay una catequesis sobre el valor de la celebración y de la vida en la comunidad, no se despierta en los feligreses la necesidad de estar juntos semanalmente para celebrar el misterio de la fe, que solamente puede ser comprehendido en su plenitud cuando – como en Emaús – e reconoce Jesús al partir del pan (cf. Lucas 24, 13-35), pues en la Eucaristía no está la presencia virtual de Jesús, sino su presencia real, como confiesa la Iglesia: “Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes” (Juan Pablo II, 1994, p.1377). “Esta presencia se denomina “real”, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen “reales”, sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente” (Pablo VI, 1965).

Más que lanzar dudas sobre las redes sociales y la web, estas reflexiones deben nos hacer mirar la pastoral-digital de la Iglesia, pues “también en el contexto de la comunicación sirve una Iglesia que logre llevar calor y encender los corazones” (Francisco, 2014). En primer lugar, es necesario comprender que el internet es “no una red de cables, sino de personas humanas” (Francisco, 2014). Por eso, es urgente – como recuerda el Papa Francisco – oír y hablar con el corazón, desarrollando en las redes la cultura del encuentro no solamente entre los usuarios, pero con el proprio Jesús, que “no es un recuerdo del pasado, sino el Dios del presente”, como señaló el mismo pontífice en el ángelus del 27 de agosto de 2023.

Pero, para que la gente perciba la cercanía del Señor, los cristianos deben vivir, también en las redes, como la máxima histórica asumida por los feligreses desde tiempos inmemoriales: ‘Christianus alter Christus’ – el cristiano es otro Cristo.

Esto no significa, por lo tanto, que el contexto proprio de los ‘medias’ deba ser olvidado. Por el contrario, la inculturación del mensaje del Evangelio con la cultura propia de las redes es algo esencial para el éxito del anuncio digital. Ya el apóstol San Pablo, en su tiempo, enseñaba: “Con los judíos me he hecho judío para ganar a los judíos; con los que están bajo la Ley, como quien está bajo la Ley – aun sin estarlo – para ganar a los que están bajo ella. Con los que están sin ley, como quien está sin ley para ganar a los que están sin ley, no estando yo sin ley de Dios sino bajo la ley de Cristo. Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos” (I Corintios 9, 20-22).

También el relato de la Carta a Diogneto (Cap. 5-6; Funk 1, 318) presenta un importante relato sobre la presencia cristiana en el mundo: “Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble”.

Hasta hoy los cristianos son invitados a hacer lo mismo, integrando el Evangelio a las nuevas tecnologías de información y comunicación, no alterando su mensaje, pero trabajando su lenguaje para comunicar con clareza la Buena Noticia de Jesús, acogiendo al pedido del Papa Francisco de una Iglesia en salida. “Abrir las puertas de las iglesias significa abrirlas asimismo en el mundo digital, tanto para que la gente entre, en cualquier condición de vida en la que se encuentre, como para que el Evangelio pueda cruzar el umbral del templo y salir al encuentro de todos” (Francisco, 2014).

Esta adaptación ayudará a una correcta aplicación de la evangelización digital, fomentando una conversión pastoral-digital de la Iglesia delante de las herramientas presentadas en un mundo cada vez más conectado y los hábitos de “una sociedad cuyas generaciones más jóvenes demandan unos medios que respondan a sus nuevas inquietudes, surgidas de una realidad histórica diferente, con referentes culturales que comienzan a ser, también, diferentes” (Vidales; Aldea; de la Viña, 2011). De esta manera, el impacto del mensaje del Evangelio no se resumirá solamente a las instancias eclesiásticas, pero también a nuevos públicos, expuestos a las redes.

Esta correcta incorporación también es indispensable para vencer el tecnicismo, que cree que los aparatos tecnológicos bastan por sí mismos. Esta perversión es responsable, por ejemplo, por la espectacularización de los ritos que abordamos.

Vencer el tecnicismo e integrar el lenguaje de las redes ayudará a “purificar” la transmisión de las celebraciones, reconduciendo la centralidad del culto eucarístico y no a una cámara o a la figura del sacerdote. Así, las transmisiones pueden se convertir en espacio para el anuncio de la Palabra de Dios y la oportunidad de redescubierta – por parte de los internautas – sobre el valor de la Eucaristía para la Iglesia y para la propia persona.

Este mismo camino servirá para vencer el gran desafío digital de la Iglesia en la actualidad: no solamente tener una presencia relevante, pero llevar los internautas hacia una presencia plena, trastocando el ‘like’ por el amén. Esto quiere decir, convirtiendo el internauta en un feligrés que pueda redescubrir, en la celebración con la comunidad, un momento privilegiado para la vivencia de su fe y el encuentro real con el Señor, vivo y realmente presente en la Eucaristía, bajo las especies de pan y vino (cf. Juan Pablo II, 1994, p.1353).

Para eso, entretanto, es necesario que el testimonio cristiano comience en las redes y fructifique en el offline. No se trata solamente de palabras vacías en las redes o en las comunidades, “todo lo que hacemos, de palabra y de obra, debe llevar el signo del testimonio. No estamos presentes en las redes sociales para “vender un producto”. No estamos haciendo publicidad, sino comunicando vida, la vida que se nos ha dado en Cristo. Por eso, todo cristiano todo cristiano debe procurar no hacer proselitismo, sino dar testimonio” (Ruffini, 2023).

Así, pondremos concluir que, para que exista una verdadera conversión pastoral- digital de la Iglesia, es preciso no solamente apostar en el tecnicismo o inserir la cultura y el mensaje cristianas en los medios digitales. Al contrario, es necesario un verdadero cambio de pensamiento y actitudes desde la Iglesia como institución como también como porción del pueblo de Dios. Esta inculturación, entretanto, solo ocurrirá de forma perfecta si el mensaje final sea la de Jesús, que nos convida, en las redes o fuera de ella, a vivir el mandamiento nuevo: “Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros” (Juan 13,34). Solamente así, la conversión será completa, sea en el digital, sea en la pastoral, trayendo frutos para la misión integral de la Iglesia.


Por Victor Hugo Evangelista Barros. Exalumno de la Academia Internacional de Líderes Católicos

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