Por P. Wilkin Castillo, San Juan de la Maguana

Nos encontramos justo en el Tercer Domingo de Pascua, sin dudas un tiempo especial de júbilo y alegría a lo interno de nuestras comunidades, Es una realidad que la luz del Resucitado ilumina nuestras vidas y con la fuerza del Espíritu Santo respondemos oportunamente a aquel que con amor y por amor nos ha llamado y nos ha enviado a todos.
En el relato del Evangelio de hoy Jesús resucitado, se acerca a sus discípulos y establece una conversación muy amena con ellos, es decir, que se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se encuentra con Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro por su parte tomando la palabra les dice: “Me voy a pescar.” Ellos dijeron: “Vamos también nosotros contigo.” Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: “Muchachos, ¿tienen pescado?” Ellos contestaron: “No.” Él les dice: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán.” La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces.
Esta experiencia que tuvieron los discípulos con el Maestro es muestra de obediencia, fe y esperanza, sólo la fuerza de la fe movió a estos hombres a tirar de nuevo la red a la derecha en el nombre de Jesús, en ese momento es cuando el discípulo que tanto quería Jesús dice a Pedro: “Es el Señor.” Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, como siempre toma la iniciativa y por lo visto lleno de alegría se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces.
Cabe preguntarnos hasta qué punto lo que estamos haciendo lo hacemos en el nombre de Jesús y si al igual que sus amigos estamos dispuestos a tirar la red a la derecha, él es el único que garantiza el verdadero éxito de aquellas cosas que emprendemos y realizamos en el día a día de nuestra existencia, con él todo, sin nada.
Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: “Traigan de los peces que acaban de coger.” Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Este relato y estos detalles puntuales de ver un pescado encima de unas brasas confirma a los amigos de Jesús que no están frente a un mero fantasma, por el contrario, están frente a Jesús vivo y glorificado.
En ese momento Jesús les hace una invitación para que almuercen. Pero ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos. Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” Él le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.”
Jesús le dice: “Apacienta mis corderos.” Por segunda vez le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Él le contesta: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.” Él le dice: “Pastorea mis ovejas.” Por tercera vez le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.” Jesús le dice: “Apacienta mis ovejas.”
Con estas preguntas confirma el Señor en manos de quien está confiando las ovejas del rebaño, ya que según la calidad del amor de Pedro sería el cuidado del rebaño a él encomendado. Te lo aseguro: “cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.” Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: “Sígueme.”
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